Desde 1842 un monolito preside la plaza de la Merced de Málaga, en memoria del General José María Torrijos y los hombres que protagonizaron el último intento por derrocar el régimen absolutista del rey Felón – Fernando VII- en 1831. Desde Inglaterra y Gibraltar Torrijos conspiraba, desde hace meses, para conseguir apoyos y derrocar al monarca, hasta que, finalmente, engañados por un ardid de las fuerzas absolutistas, se decidieron a embarcar rumbo a Málaga, en la falsa seguridad de que a su llegada se produciría un levantamiento de las fuerzas militares y políticas de la región.
Así, 60 de los 200 hombres esperados, se hicieron a la mar desde el Peñón el 30 de noviembre de 1831 con la idea de desembarcar entre Vélez y Málaga, acomodados como pudieron en las dos únicas embarcaciones de las que disponía la expedición: la valenciana “Santo Cristo del Grao” y el buque mercante “Purísima Concepción”.
Una vez entraron en aguas malagueñas fueron atacados por dos barcos españoles y al huir de ellos y dirigirse hacia el guardacostas “Neptuno” observaron, con enorme sorpresa y desesperación, que también este les disparaba. Traicionados, se vieron obligados a desembarcar junto a la punta de Calaburras y Cala del Moral el día 2 de diciembre, y desde allí huir a Mijas y Alhaurín, hasta el Caserío de la Alquería, donde, el 3 de diciembre de 1831, los hombres que formaban la expedición fueron cercados por el felón gobernador y trasladados el 5 a la cárcel antigua de Málaga.
El aviso del suceso llegó a Madrid el 7 de diciembre. Con enorme celeridad, el Consejo de Ministros de Fernando VII dictó la sentencia de muerte, que se hizo pública en Málaga el día 10. 49 de los 60 individuos de la “gavilla de Torrijos” que entraron en la cárcel serían fusilados. Pasaron su última noche en el refectorio del convento del Carmen, donde fueron encadenados con grillos en los pies tras haberles tomado declaración. Había entre ellos muchos inocentes, ajenos a los planes de los liberales, como el joven Arques Garlico, de 15 años, cuya ejecución hizo enloquecer a su confesor, el padre Vicaria.
Sean estas lineas, un homenaje al Q.:H.: Jose María Torrijos (en el centro del cuadro con abrigo marrón), cuyo nombre en masonería era Aristogitón (en mitología griega uno de los tiranicidas de Hiparco de Atenas)
Así es como describe los hechos de primera mano, el 25 de enero de 1832, fray José Joaquín, confesor de los fusilados, en una carta:
[…] Sobre lo que me pregunta le diré lo siguiente: según se ha dicho y se ha sabido en esta ciudad, salieron de Gibraltar con el general Torrijos hasta el número cerca de setenta hombres, conducidos todos en dos faluchos pequeños con dirección a las costas de Levate.
Traían unos cuantos capotes ingleses, gorras, fusiles, lanzas y correaje militar, tres banderas tricolor y pólvora. A los pocos días de navegación, y a las vistas de la cala del Moral, que es una playa cerca del castillo de Fuengirola y de Marbella, descubrieron a un bergantín llamado “El Aquiles”, perteneciente a los guardacostas de la empresa. Con éste iba una barca de Algeciras, armada como el Aquiles por la empresa para resguardo de costa y con el objeto de perseguir los faluchos contrabandistas. Luego que se presentaron estos buques guardacostas piden el tanto a los faluchos donde venía Torrijos y demás. Pero éstos, lejos de contestar y seguir su rumbo, dan a huir. Los guardacostas, creyendo que eran contrabandistas, les largan dos cañonazos. Continúan su fuga y entonces “El Aquiles” le larga bala y metralla.
Viéndose acosados, abarracan en tierra, y quedando algunos ahogados entre la confusión de bulla que se originó, por saltar todos en tierra y las balas y metralla que sobre ellos caía, al fin pudieron verse en tierra, pero mojados y sin el corto y ligero equipaje que todos traían. Libres ya de agua y del fuego que los guardacostas le hacían, se dirigen a la montaña, de esta a otra, y de otra a una espesura, a una sierra, hasta que al fin llegaron, al cabo de andar dos días por montes y trochas, a la Alcaidía, hacienda de campo cercada y bastante grande, a dos leguas de esta ciudad, y de la propiedad del conde de Molina.
En ella fueron cercados por la tropa y los realistas, y después de dos días de cerco, y de haber parlamentado con el general gobernador de esta plaza, el lunes cinco de diciembre del año próximo, fueron entregados, o se entregaron a discreción. En este día entraron en esto y saliendo una posta para Madrid con el parte de la ocurrencia, los colocaron en la cárcel a todos, pero a Don Francisco Fernández Golfín, a Don Manuel Calderón y a Don Juan López Pinto en habitaciones separadas, y al general Torrijos en el cuartel del Regimiento del Cuarto de Línea. El sábado diez del mismo mes vino a las once y media del día la posta, con la orden de que fuesen todos pasados por las armas, a excepción de cuatro, que quedaron en los faluchos y otros cuantos que desertaron y los pillaron en varios puntos sin armas en la mano. […] de aquí los sacaban uno a uno; les tomaban declaración y enseguida, con un par de grillos en los pies, los pasaban en refectorio, donde confesaban y, previas sus diligencias, se disponían a morir.
Lo que en aquella noche pasó allí, no es fácil el detallarlo. Sí diré que, después de preparados, a las 9 de la mañana salieron para ser fusilados, acompañados de nosotros y de una columna de soldados de línea. Los primeros que rompieron la marcha fueron Don Francisco Fernández Golfín, yendo yo a su lado, como cada sacerdote iba al lado del confeso que asistía; iban además Torrijos, Flores Calderón, López Pinto y todas las personas distinguidas, hasta formar una cuerda de 24, los que todos a la vez, e hincados de rodillas y vendados los ojos, fueron fusilados por el pecho, es decir, de frente, después de haberse reconciliado cada cual con el que le confesó. Allí fue donde, por última vez y a las orillas del mar, hecha la absolución a su señor tío, nos despedimos con un abrazo tierno hasta la eternidad, encargándome que no olvidase cuanto me tenía comunicado y que diese parte de la ocurrencia al señor marqués de Monsalud, para que éste lo dijese a los suyos. […]»
Fuentes:
FRANCISCO FERNÁNDEZ GOLFÍN, LOS AÑOS DEL EXILIO (1823-1831) de Carmen Fernández-Daza Álvarez